Si podía haber un día para empezar a escribir crónicas tecnológicas, quizá tenía que ser este: 3.14, Pi Day. Estando en Canadá, habría buscado a alguien que hornee un pie con una circunferencia perfecta y lo adorne con los pocos decimales (3.14159 cual?) que recuerdo. Y todo eso sólo para celebrar de una forma más divertida a las matemáticas: cuna de esas maravillas pequeñas que se nos esconden cuando las damos por sentadas.

Pero no estamos allá. Aquí nadie hornea un pie con números. La disgresión en círculos no es un buen homenaje a Pi, y la introducción demora.

Hoy, además, cumple cinco años Twitter, la otra red social, la última idealización de una tecnología que nos liberará. Es difícil contener el cinismo: también son  trece años desde que empecé como un webmaster más en Internet. En ese tiempo he visto muchas burbujas, promesas y vaporware: tecnologías salvadoras que al tiempo se vuelven monopólicas y pasajeras. Son procesos inherentes a este mundo geek, y ocurren así de rápido por razones que más de un economista me ha explicado ya.

Sólo por eso, me debería ser imposible maravillarme ante la tecnología, menos aún intentar escribir con pasión sobre ella.

Y sin embargo es eso lo que voy a intentar. Porque en el fondo, sigo creyendo que la promesa básica de la tecnología, la de hacer algo nunca hecho, algo innovador y radicalmente distinto, lleva implícita la esperanza de enseñarnos una mejor forma de relacionarnos con el mundo. O, en su defecto, una menos monótona.

Confío en que esa esperanza aflore por aquí de cuando en cuando. Empecemos.